martes, 17 de noviembre de 2015

Terapia Floral y Perspectiva Antropológica


La clínica es un terreno anclado en la persona y sus facticidades; es decir, en la singularidad en una historia en una situación; y el estructuralismo desarrolla una lógica que parte de la necesidad del borramiento de la persona en beneficio de la adhesión a la estructura que la funda, porque al hablar de “sistema” alude al ajuste y adecuación de las partes en una estructura que trasciende y explica sus elementos.
Lo que puede perecer, inicialmente, una contradicción irremediable, se resuelve al comprender que la estructura solo puede ser captada en la historia (a través de la narración, las manifestaciones clínicas, etc.), pero que la historia (como la lengua) siempre hace referencia a un orden previo que la sostiene y que está más allá de todo acontecimiento actual. De esta manera, es posible ver en la práctica la unidad en la pluralidad y la pluralidad en la unidad, la diversidad viva en la similitud y la similitud a través de la diversidad.
Las propiedades de este doble juego de recruzamiento solidarios se hace aún más palpable y se incorpora junto al pensamiento estructuralista y la mirada clínica, un fundamento antropológico.
Tal convergencia permite que las polaridades: sujeto y campo, historia y estructura, palabra y lenguaje (habla y lengua, en términos saussureanos), naturaleza y cultura, síntoma y causa real, consciente e inconsciente, personalidad y alma, se articulen inclusiva y dinámicamente en entorno de un modelo de comprensión global de la naturaleza del hombre y su praxis. La consecuencia natural de esta reflexión es el retorno de una perspectiva que considera los diferentes niveles de integración y realización de la persona como antagonismos complementarios y de esta manera nos permite escapar de los reduccionismos, tanto empiristas como idealistas, tanto individualistas como totalistas, tanto organicistas como psicologistas.
Por otra parte, esta propuesta satisface la necesidad de resituar la práctica de la terapia floral como una tarea existencial que apela, para cumplir su labor, a la capacidad humana de hacer consciente lo inconsciente (erradicar la ignorancia) y forjar una relación interpersonal curativa.
Al plantear el vehículo curativo de la terapia floral como una relación (un encuentro creativo) estamos definiendo esta experiencia como una psicoterapia ayudada con remedios florales, ya que su objetivo es, como insiste el Dr. Bach, ayudar al paciente a descubrir la causa profunda (real) de su malestar y con ese fin es que se proporcionan las esencias florales.
De ahí se deriva el postulado de que la terapia floral es una disciplina mayéutica al mejor estilo socrático.
La terapia floral como mayéutica (término de origen griego, cuyo significado literal es: “tarea propia de la comadrona”, y metafóricamente: “llevar a cabo el parto de la verdad”) consiste, pues, en el arte de hacer engendrar al alma del paciente las respuestas a sus preguntas (o nuevos interrogantes), hacer surgir a la conciencia el conocimiento que ignoraba, ir llevándolo, progresivamente hacia el descubrimiento de la verdad. Esta verdad palpita en los afectos sofocados, que retornan desplazados como síntomas, proyectados como vínculos y dramatizados como sueños significantes que aluden a un significado inconsciente que habita en la sombra.
Por esto, la tarea de la terapia floral, es un punto, es la de ser partero de las emociones sofocadas, que son la causa del enfermar. Detrás de ellas se encuentran los defectos, la herida del alma que la persona debe sanar por medio del aprendizaje de una lección.
A su vez, la visión antropológica agrega –a la estructura y a la clínica- la reflexión de temas tales como: evolución, libertad, introvisión, encuentro, proyecto, facticidad, corporalidad, nostricidad (permítaseme este feo neologismo), intersubjetividad y muchos otros que hacen a la comprensión del hombre como ser total: existencia, coexistencia, y desarrollo como individuo y como especie. Y los aborda desde una perspectiva que, si no se incluye, puede conducir a un progresivo vaciamiento de contenidos de la teoría y la acción de la terapia floral, ya que sus aportes ayudan decisivamente a tomar consciencia de las potencialidades, los fundamentos y las metas de la reacción interpersonal que llamamos “terapéutica”.
Por otra parte, esta contemplación antropológica se pre-ocupa y ocupa, con intensidad creciente del problema de la dimensión subjetiva coexistencial del hombre, estructura que da pie y funda cualquier posibilidad de vehículo. En caso particular de la terapia floral, esta subjetividad posee un carácter trascendente, ya que, por un lado, el destino del hombre no consiste en morir por entropía sino en trascender por aprendizaje y, por otro, la intersubjetividad que forma parte del inherente de la naturaleza humana no es fruto de la casualidad sino una obra inteligente de la vida.

Este artículo fue tomado originalmente del libro “El Legado Del Dr. Edward Bach, Antecedentes, contexto y significado de su descubrimiento terapéutico”, Autor: Eduardo Horacio Grecco, Ediciones Continente, Buenos Aires, Argentina, 1ª Edición 2004, Pág. 15-17.

lunes, 16 de noviembre de 2015

La Terapia Floral y la Clínica


A este paradigma estructural, que debería convertirse en una nota identificatoria de la Terapia Floral, cabe agregarle la clínica. Si bien proporciona un método de trabajo, la clínica es, al mismo tiempo, una actitud que nos lleva a estar siempre del lado de la experiencia. Pero no de una experiencia “objetiva”, que no existe como tal, sino de aquella que coloca al paciente en el centro de la escena, en el principio y fin de las cosas, y a la relación terapéutica como el fundamento de la cura.
Ahora bien, es importante tomar en cuenta el hecho de que la clínica es siempre una práctica interminable y abierta a la incertidumbre, en donde no sólo el paciente está comprometido y corporizado, sino que el terapeuta, por su parte, es la herramienta catalizadora del proceso mayéutico de un tratamiento. Los remedios sanan pero la relación es la que cura y, en ese punto, los remedios florales son la sal mercurial que transforma el plomo de la sombra en oro de conciencia, la ignorancia en conocimiento, los afectos sofocados en expresión, el silencio en palabra.
Cuando se menciona la palabra “clínica” se suele hacer un reduccionismo conceptual hasta homologarla con “técnica”. La técnica es un capítulo de la clínica, pero en sí, la clínica es una modalidad de explorar la realidad, en este caso, de una persona que “sufre y padece”. Esta indagación apunta a encontrar el sentido de las manifestaciones y dolores del paciente “leyéndolo” e interpretándolo a través de sus síntomas. Dice Bach al respecto que:
El médico que comprende verdaderamente la enfermedad, ella misma le señala la naturaleza del conflicto […] Si se padece de rigidez o endurecimiento de articulaciones o miembros, por ejemplo, pueden estar igualmente seguros de que la misma rigidez está presente en vuestras mentes;  se están aferrando inflexiblemente a alguna idea, algún principio, o quizás, algún convencionalismo que no deberían tener. Si sufren de asma, o dificultades respiratorias, ustedes están, de alguna manera, asfixiando a otra personalidad, o les falta coraje para hacer el bien, y eso los sofoca. Si se encuentran débiles, o se agotan, es porque están permitiendo que alguien obstruya la entrada de energía vital en sus organismos. Incluso la zona del cuerpo afectada indica la naturaleza del defecto: las manos señalan un fracaso o una equivocación al actuar; los pies, una falla en ayudar a otros; el cerebro, falta de control; el corazón, deficiencia,, exceso o conducta errónea en el aspecto afectivo; los ojos, falencia en ver y comprender adecuadamente la verdad cuando está frente a nosotros. Y así, exactamente, podemos descubrir la razón y la naturaleza de cada dolencia; la lección requiere que el paciente efectúe las correcciones necesarias
Este texto de Bach ilustra la importancia de encontrarle el sentido a un síntoma (el significado al significante) y, además, plantea el concepto del cuerpo como lenguaje. Este es el punto de partida en la Terapia Floral, del trabajo que he intentado desarrollar a lo largo del tiempo sobre la geografía emocional del cuerpo, los meridianos emocionales y otros conceptos que apuntan a generar un dispositivo de lectura del significado afectivo de los signos clínicos de los pacientes y a dar cuenta de su historia olvidada, ya que la mayor parte de la biografía –y, en ella, las emociones- está escrita en el cuerpo y funciona a espaldas de la conciencia de la persona.  Así, entonces, el cuerpo recuerda lo que la memoria olvida, el cuerpo narra lo que la conciencia silencia, y el terapeuta es el que debe denunciar y puntualizar estos recuerdos y estas narraciones, y quien enfrenta con éstos a la conciencia del paciente, con la finalidad de que aprenda lo que ellos tienen que enseñarle. “Mi tarea, como médico, consiste en ayudar al paciente a que sea capaz de vivir”, nos confiesa, muy escuetamente, Jung, y suponemos que se refiere a vivir en plenitud.
Este artículo fue tomado originalmente del libro “El Legado Del Dr. Edward Bach, Antecedentes, contexto y significado de su descubrimiento terapéutico”, Autor: Eduardo Horacio Grecco, Ediciones Continente, Buenos Aires, Argentina, 1ª Edición 2004.