A este paradigma estructural,
que debería convertirse en una nota identificatoria de la Terapia
Floral, cabe agregarle la clínica. Si bien proporciona un método de
trabajo, la clínica es, al mismo tiempo, una actitud que nos lleva a estar
siempre del lado de la experiencia. Pero no de una experiencia “objetiva”, que
no existe como tal, sino de aquella que coloca al paciente en el centro de la
escena, en el principio y fin de las cosas, y a la relación terapéutica como el
fundamento de la cura.
Ahora bien, es
importante tomar en cuenta el hecho de que la clínica es siempre una práctica
interminable y abierta a la incertidumbre, en donde no sólo el paciente está comprometido
y corporizado, sino que el terapeuta, por su parte, es la herramienta
catalizadora del proceso mayéutico de un tratamiento. Los
remedios sanan pero la relación es la que cura y, en ese punto, los
remedios florales son la sal mercurial que transforma el plomo de la sombra
en oro de conciencia, la ignorancia en conocimiento, los afectos sofocados en
expresión, el silencio en palabra.
Cuando se
menciona la palabra “clínica” se suele hacer un reduccionismo conceptual hasta
homologarla con “técnica”. La técnica es un capítulo de la clínica, pero en sí,
la clínica es una modalidad de explorar la realidad, en este caso, de una
persona que “sufre y padece”. Esta indagación apunta a encontrar el sentido de
las manifestaciones y dolores del paciente “leyéndolo”
e interpretándolo a través de sus síntomas. Dice Bach al respecto que:
El médico que
comprende verdaderamente la enfermedad, ella misma le señala la naturaleza del
conflicto […] Si se padece de rigidez o endurecimiento de articulaciones o
miembros, por ejemplo, pueden estar igualmente seguros de que la misma rigidez está
presente en vuestras mentes; se están
aferrando inflexiblemente a alguna idea, algún principio, o quizás, algún convencionalismo
que no deberían tener. Si sufren de asma, o dificultades respiratorias, ustedes
están, de alguna manera, asfixiando a otra personalidad, o les falta coraje
para hacer el bien, y eso los sofoca. Si se encuentran débiles, o se agotan, es
porque están permitiendo que alguien obstruya la entrada de energía vital en
sus organismos. Incluso la zona del cuerpo afectada indica la naturaleza del
defecto: las manos señalan un fracaso o una equivocación al actuar; los pies,
una falla en ayudar a otros; el cerebro, falta de control; el corazón, deficiencia,,
exceso o conducta errónea en el aspecto afectivo; los ojos, falencia en ver y
comprender adecuadamente la verdad cuando está frente a nosotros. Y así, exactamente,
podemos descubrir la razón y la naturaleza de cada dolencia; la lección requiere
que el paciente efectúe las correcciones necesarias
Este texto de
Bach ilustra la importancia de encontrarle el sentido a un síntoma (el
significado al significante) y, además, plantea el concepto del
cuerpo como lenguaje. Este es el punto de partida en la Terapia
Floral, del trabajo que he intentado desarrollar a lo largo del tiempo
sobre la geografía
emocional del cuerpo, los meridianos emocionales y otros conceptos que
apuntan a generar un dispositivo de lectura del significado afectivo de los
signos clínicos de los pacientes y a dar cuenta de su historia olvidada, ya que
la mayor parte de la biografía –y, en ella, las emociones- está escrita en el
cuerpo y funciona a espaldas de la conciencia de la persona. Así, entonces, el cuerpo recuerda lo que la
memoria olvida, el cuerpo narra lo que la conciencia silencia, y el terapeuta
es el que debe denunciar y puntualizar estos recuerdos y estas narraciones, y
quien enfrenta con éstos a la conciencia del paciente, con la finalidad de que
aprenda lo que ellos tienen que enseñarle. “Mi tarea, como médico, consiste en ayudar
al paciente a que sea capaz de vivir”, nos confiesa, muy escuetamente, Jung, y
suponemos que se refiere a vivir en plenitud.
Este artículo fue tomado originalmente del libro “El
Legado Del Dr. Edward Bach, Antecedentes, contexto y significado de su descubrimiento
terapéutico”, Autor: Eduardo Horacio Grecco, Ediciones Continente, Buenos
Aires, Argentina, 1ª Edición 2004.
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