La clínica es un
terreno anclado en la persona y sus facticidades; es decir, en la singularidad
en una historia en una situación; y el estructuralismo desarrolla una lógica
que parte de la necesidad del borramiento de la persona en beneficio de la
adhesión a la estructura que la funda, porque al hablar de “sistema” alude al
ajuste y adecuación de las partes en una estructura que trasciende y explica
sus elementos.
Lo que puede
perecer, inicialmente, una contradicción irremediable, se resuelve al
comprender que la estructura solo puede ser captada en la historia (a través de
la narración, las manifestaciones clínicas, etc.), pero que la historia (como
la lengua) siempre hace referencia a un orden previo que la sostiene y que está
más allá de todo acontecimiento actual. De esta manera, es posible ver en la
práctica la unidad en la pluralidad y la pluralidad en la unidad, la diversidad
viva en la similitud y la similitud a través de la diversidad.
Las propiedades
de este doble juego de recruzamiento solidarios se hace aún más palpable y se
incorpora junto al pensamiento estructuralista y la mirada clínica, un
fundamento antropológico.
Tal convergencia
permite que las polaridades: sujeto y campo, historia y estructura, palabra y
lenguaje (habla y lengua, en términos saussureanos), naturaleza y cultura,
síntoma y causa real, consciente e inconsciente, personalidad y alma, se
articulen inclusiva y dinámicamente en entorno de un modelo de comprensión
global de la naturaleza del hombre y su praxis. La consecuencia natural de esta
reflexión es el retorno de una perspectiva que considera los diferentes niveles
de integración y realización de la persona como antagonismos complementarios y
de esta manera nos permite escapar de los reduccionismos, tanto empiristas como
idealistas, tanto individualistas como totalistas, tanto organicistas como
psicologistas.
Por otra parte,
esta propuesta satisface la necesidad de resituar la práctica de la terapia floral como una tarea existencial que apela, para
cumplir su labor, a la capacidad humana de hacer consciente lo inconsciente
(erradicar la ignorancia) y forjar una relación interpersonal curativa.
Al plantear el
vehículo curativo de la terapia floral como una relación (un encuentro creativo) estamos
definiendo esta experiencia como una psicoterapia ayudada con remedios florales, ya
que su objetivo es, como insiste el Dr. Bach, ayudar al paciente a descubrir la
causa profunda (real) de su malestar y con ese fin es que se proporcionan las esencias florales.
De ahí se deriva
el postulado de que la terapia floral es una disciplina mayéutica al mejor estilo
socrático.
La terapia floral
como mayéutica (término de origen griego, cuyo significado literal es: “tarea
propia de la comadrona”, y metafóricamente: “llevar a cabo el parto de la
verdad”) consiste, pues, en el arte de hacer engendrar al alma del paciente las
respuestas a sus preguntas (o nuevos interrogantes), hacer surgir a la conciencia
el conocimiento que ignoraba, ir llevándolo, progresivamente hacia el
descubrimiento de la verdad. Esta verdad palpita en los afectos sofocados, que
retornan desplazados como síntomas, proyectados como vínculos y dramatizados
como sueños significantes que aluden a un significado inconsciente que habita
en la sombra.
Por esto, la
tarea de la terapia floral, es un punto, es la de ser partero de las emociones
sofocadas, que son la causa del enfermar. Detrás de ellas se encuentran los
defectos, la herida del alma que la persona debe sanar por medio del
aprendizaje de una lección.
A su vez, la
visión antropológica agrega –a la estructura y a la clínica- la reflexión de
temas tales como: evolución, libertad, introvisión, encuentro, proyecto,
facticidad, corporalidad, nostricidad (permítaseme este feo neologismo),
intersubjetividad y muchos otros que hacen a la comprensión del hombre como ser
total: existencia, coexistencia, y desarrollo como individuo y como especie. Y
los aborda desde una perspectiva que, si no se incluye, puede conducir a un
progresivo vaciamiento de contenidos de la teoría y la acción de la terapia floral, ya que sus aportes ayudan decisivamente
a tomar consciencia de las potencialidades, los fundamentos y las metas de la
reacción interpersonal que llamamos “terapéutica”.
Por otra parte,
esta contemplación antropológica se pre-ocupa y ocupa, con intensidad creciente
del problema de la dimensión subjetiva coexistencial del hombre, estructura que
da pie y funda cualquier posibilidad de vehículo. En caso particular de la
terapia floral, esta subjetividad posee un carácter trascendente, ya que, por
un lado, el destino del hombre no consiste en morir por entropía sino en trascender por aprendizaje y, por otro, la intersubjetividad que
forma parte del inherente de la naturaleza humana no es fruto de la casualidad
sino una obra inteligente de la vida.
Este artículo fue tomado originalmente del libro
“El Legado Del Dr. Edward Bach, Antecedentes, contexto y significado de su
descubrimiento terapéutico”, Autor: Eduardo Horacio Grecco, Ediciones
Continente, Buenos Aires, Argentina, 1ª Edición 2004, Pág. 15-17.
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