Arte terapéutico
Concebir la Terapia
Floral como un arte apunta a colocar nuestra práctica como un ejercicio
continuo que se desenvuelve a mitad de camino entre la estructura (alma) y la
historia (personalidad), el modelo y la experiencia, el
conocimiento interno y el externo, el ser y el devenir, las creencias y los
actos, el Yo y el Otro.
El arte de curar
consiste –como las producciones de los artistas del “bricolaje” que toman
sobras y restos y construyen un sentido plasmado en una obra- en posibilitar en
el paciente la entrada a una
auténtica experiencia de transformación de los “retazos” de su vida –sueños,
síntomas y vínculos- en una imagen de sí misma plena de significado. En suma,
hacer que los eventos de una vida se interioricen o metabolicen como realidad
biográfica subjetiva.
Sintonizado con
la tradición hipocrática y paracélsica el concepto de “arte de curar” define,
así, de un modo preciso, la naturaleza de la acción
revolucionaria y regenerativa que un terapeuta puede provocar con su
práctica.
Posición epistemológica.
De este modo
intentamos hacer converger, en un mismo marco y en mismo arte, el abordaje
universal de la estructura, el particular de lo antropológico y el singular de
la clínica. La
Terapia Floral se encuentra, de este modo, con el dispositivo capaz de dar
respuesta a la demanda de rigor y apertura que la ciencia requiere, sin
descuidar por ello, la cualidad única e irrepetible del hecho clínico.
No se me escapa
que detrás de esta modalidad de acercamiento a la Terapia
Floral existe la presencia de una toma de posición epistemológica. En esto
creo necesario, también, que la Terapia Floral deslinde su
propio espacio de configuración a partir de un horizonte más vasto que el
que le brinda su propia experiencia y se vea, a sí misma, como formando parte
de un sistema de relaciones, que denominamos conocimiento, y de un
movimiento de la ciencia que aspira a superar los límites y prejuicios de un
universo dualista y positivista. De un movimiento que subvierte profundamente
la cosmovisión del hombre, el universo y el sentido y destino de ambos.
En este punto la
terapia floral hace causa común con otras disciplinas
de las cuales se nutre, no sólo en los hallazgos puntuales de la tarea clínica,
sino, especialmente, en el modo de pensar los problemas y conceptuar la
realidad. Una realidad que no es visualizada como homogénea, mesurable,
mecánica, predecible y estática, sino, por lo contrario, como heterogénea,
inaprensible a la simple percepción, plena de incertidumbre, paradojas y
misterios, y en continuo movimiento, pero no por eso menos lógica.
Esta realidad,
que ha sido gestada por el accionar de una estructura (el alma) que la sostiene
y que al mismo tiempo se contiene en ella, es una realidad de signos. Una realidad
que habla a la conciencia del hombre, que muestra caminos, da señales, indica
encrucijadas. Una realidad que no es algo que le ocurre al hombre, sino que el hombre
le acaece a ella y, entonces, la convierte, a su contacto, en un universo
simbólico.
Este artículo fue tomado originalmente del libro
“El Legado Del Dr. Edward Bach, Antecedentes, contexto y significado de su
descubrimiento terapéutico”, Autor: Eduardo Horacio Grecco, Ediciones
Continente, Buenos Aires, Argentina, 1ª Edición 2004, Pág. 17-18.
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