lunes, 21 de diciembre de 2015

La Terapia Floral como Arte Terapéutico y Posición Epistemológica



Arte terapéutico

Concebir la Terapia Floral como un arte apunta a colocar nuestra práctica como un ejercicio continuo que se desenvuelve a mitad de camino entre la estructura (alma) y la historia (personalidad), el modelo y la experiencia, el conocimiento interno y el externo, el ser y el devenir, las creencias y los actos, el Yo y el Otro.
El arte de curar consiste –como las producciones de los artistas del “bricolaje” que toman sobras y restos y construyen un sentido plasmado en una obra- en posibilitar en el paciente la entrada a una auténtica experiencia de transformación de los “retazos” de su vida –sueños, síntomas y vínculos- en una imagen de sí misma plena de significado. En suma, hacer que los eventos de una vida se interioricen o metabolicen como realidad biográfica subjetiva.
Sintonizado con la tradición hipocrática y paracélsica el concepto de “arte de curar” define, así, de un modo preciso, la naturaleza de la acción revolucionaria y regenerativa que un terapeuta puede provocar con su práctica.

Posición epistemológica.

De este modo intentamos hacer converger, en un mismo marco y en mismo arte, el abordaje universal de la estructura, el particular de lo antropológico y el singular de la clínica. La Terapia Floral se encuentra, de este modo, con el dispositivo capaz de dar respuesta a la demanda de rigor y apertura que la ciencia requiere, sin descuidar por ello, la cualidad única e irrepetible del hecho clínico.
No se me escapa que detrás de esta modalidad de acercamiento a la Terapia Floral existe la presencia de una toma de posición epistemológica. En esto creo necesario, también, que la Terapia Floral deslinde su propio espacio de configuración a partir de un horizonte más vasto que el que le brinda su propia experiencia y se vea, a sí misma, como formando parte de un sistema de relaciones, que denominamos conocimiento,  y de un movimiento de la ciencia que aspira a superar los límites y prejuicios de un universo dualista y positivista. De un movimiento que subvierte profundamente la cosmovisión del hombre, el universo y el sentido y destino de ambos.
En este punto la terapia floral hace causa común con otras disciplinas de las cuales se nutre, no sólo en los hallazgos puntuales de la tarea clínica, sino, especialmente, en el modo de pensar los problemas y conceptuar la realidad. Una realidad que no es visualizada como homogénea, mesurable, mecánica, predecible y estática, sino, por lo contrario, como heterogénea, inaprensible a la simple percepción, plena de incertidumbre, paradojas y misterios, y en continuo movimiento, pero no por eso menos lógica.
Esta realidad, que ha sido gestada por el accionar de una estructura (el alma) que la sostiene y que al mismo tiempo se contiene en ella, es una realidad de signos.  Una realidad que habla a la conciencia del hombre, que muestra caminos, da señales, indica encrucijadas. Una realidad que no es algo que le ocurre al hombre, sino que el hombre le acaece a ella y, entonces, la convierte, a su contacto, en un universo simbólico.


Este artículo fue tomado originalmente del libro “El Legado Del Dr. Edward Bach, Antecedentes, contexto y significado de su descubrimiento terapéutico”, Autor: Eduardo Horacio Grecco, Ediciones Continente, Buenos Aires, Argentina, 1ª Edición 2004, Pág. 17-18.

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